Mecanismos de progresión de la fiebre tifoidea en el organismo

Enfermedad del tifus

La fiebre tifoidea, conocida en inglés como Typhoid fever, es una enfermedad aguda y contagiosa. Su origen se atribuye a la bacteria Salmonella typhi, aunque en algunas situaciones puede ser causada por Salmonella paratyphi, que generalmente está asociada a una forma menos severa de la enfermedad. Según las estadísticas, se estima que entre 11 y 20 millones de personas se ven afectadas por esta enfermedad anualmente, resultando en la muerte de entre 128 y 161 pacientes. Es importante destacar que tanto la urbanización como los cambios climáticos pueden incrementar la carga global de fiebre tifoidea. Además, la creciente resistencia a los antibióticos y la existencia de sistemas de saneamiento inadecuados contribuyen a la propagación de esta enfermedad en poblaciones densamente pobladas.

Mecanismo de desarrollo de la fiebre tifoidea en el organismo

La infección por fiebre tifoidea ocurre mediante la ingestión de alimentos o bebidas contaminadas con la bacteria responsable de esta afección. Estas bacterias pueden sobrevivir durante semanas en el agua o en desechos secos. Se estima que entre el 3% y el 5% de las personas se convierten en portadoras de la bacteria tras haber sufrido una infección aguda, ya que en algunos casos, la enfermedad es tan leve que no se puede detectar. Esto permite que la bacteria permanezca en el organismo por largos períodos, convirtiéndose en una fuente de brotes de fiebre tifoidea durante años. El desarrollo de la enfermedad se puede describir según las etapas de la infección como sigue:

Primeras y segundas semanas

El período de incubación dura entre 10 y 14 días, y los síntomas iniciales de la fiebre tifoidea se presentan de la siguiente manera:

  • Dolores de cabeza.
  • Infección general.
  • Dolor corporal.
  • Pérdida del apetito.
  • Sangrado nasal.
  • Tos.
  • Diarrea.
  • Estreñimiento.
  • Insomnio que afecta el sueño.
  • Fiebre que se desarrolla gradualmente puede alcanzar picos de 39 a 40 grados Celsius después de 7 a 10 días, y puede prolongarse por un período más extenso, aunque a temperaturas más bajas si se deja sin tratar.

Durante aproximadamente la segunda semana de fiebre, la bacteria se propaga en gran cantidad por el torrente sanguíneo, y aparece un sarpullido en el torso en forma de pequeñas manchas rosadas, que puede durar entre 4 y 5 días antes de desvanecerse. La proliferación de estas bacterias provoca inflamación de los folículos linfáticos a lo largo de la pared intestinal, que pueden necrosarse y dar lugar a úlceras en las paredes intestinales. Las porciones muertas del tejido intestinal pueden erosionar los vasos sanguíneos, lo que puede resultar en hemorragias o perforaciones en la pared intestinal. Esto permite la entrada del contenido intestinal a la cavidad peritoneal, aumentando así el riesgo de múltiples complicaciones, tales como colecistitis aguda, insuficiencia cardíaca, neumonía, osteomielitis, encefalitis o meningitis. A medida que la fiebre persiste, la severidad de los síntomas aumenta, y el paciente puede experimentar confusión mental y delirio.

Tercera semana

Al final de la tercera semana, algunos síntomas se hacen más notorios, incluido la pérdida de peso del paciente, junto con síntomas gastrointestinales y neuropsiquiátricos. En ciertos casos, la fiebre puede disminuir y los síntomas comienzan a remitir en la cuarta semana de la infección. Es fundamental tratar la fiebre tifoidea, ya que esta puede resultar en un 10-30% de mortalidad en los pacientes si se deja sin tratamiento, mientras que esta cifra disminuye a un 1% en el caso de recibir tratamiento. Debe tenerse en cuenta la posibilidad de desarrollar infecciones severas y de larga duración asociadas a la fiebre tifoidea en personas con ciertas condiciones de salud, como cáncer o anemia de células falciformes.

Tratamiento de la fiebre tifoidea

Tratamiento en casa

En casos donde se detecta de manera temprana la infección, la fiebre tifoidea se puede tratar mediante un ciclo de antibióticos durante 7 a 14 días. Generalmente, los pacientes comienzan a notar mejoría en sus síntomas entre dos y tres días después de iniciar el tratamiento con antibióticos. Es crucial completar el ciclo completo de antibióticos tal como lo indica el médico para evitar recaídas. El tratamiento también incluye el consumo adecuado de líquidos, descanso suficiente y la importancia de mantener una alimentación regular.

Tratamiento hospitalario

En situaciones en que el paciente sufre de náuseas persistentes, diarrea severa o distensión abdominal, se recomienda el tratamiento hospitalario. Este tratamiento consiste en la administración de antibióticos intravenosos, así como líquidos y nutrientes. Podría ser necesaria una intervención quirúrgica si el paciente presenta complicaciones que amenacen su vida. La mayoría de los pacientes responden positivamente al tratamiento en un plazo de 3 a 5 días, aunque puede llevar varias semanas permitir que el paciente sea dado de alta y regrese a casa.

Tratamiento para portadores de la enfermedad

Las personas que son portadoras de la infección por fiebre tifoidea deben notificar a las autoridades sanitarias y evitar participar en la manipulación o preparación de alimentos hasta que se confirme que la bacteria ha sido erradicada. Es posible que se requiera administrar antibióticos durante 4 a 6 semanas para eliminar completamente la bacteria en los portadores.

Prevención de la fiebre tifoidea

La prevención de la fiebre tifoidea requiere seguir una serie de recomendaciones. Las más destacadas son:

  • Recibir la vacuna contra la fiebre tifoidea, ya sea en forma de pastillas o inyecciones, siendo el médico quien determine la mejor opción para cada persona.
  • Desinfectar el agua antes de usarla para beber, lavar, preparar alimentos, hacer hielo o cepillarse los dientes.
  • Cocinar los alimentos adecuadamente, evitando comprar productos de vendedores ambulantes, así como alimentos almacenados o servidos a temperatura ambiente.
  • Evitar consumir frutas y verduras crudas que no hayan sido peladas y que se hayan lavado con agua contaminada.
  • Lavarse bien las manos con jabón y agua caliente, especialmente después de usar el baño, antes de comer y al preparar alimentos.

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