Lo más hermoso que se ha dicho sobre los niños

El Niño

El niño representa la inocencia y la simplicidad, así como una fuente inagotable de alegría. Con su presencia, la vida se llena de colores vibrantes. Los niños son el símbolo de la paz y encuentran placer en el juego, haciendo de la infancia una de las etapas más bellas de la vida. En esta fase, se tejen momentos que quedan grabados en nuestra memoria y se viven sin preocupaciones ni ansiedades. ¿Quién no desearía regresar a su infancia? En este artículo, compartiremos hermosas reflexiones de escritores sobre los niños y la niñez.

Frases sobre los niños

  • La infancia es un tesoro invaluable, donde la pureza se refleja en los rostros de los niños y la felicidad se encuentra en sus interacciones.
  • La niñez es una página en blanco, una vida de total claridad, con una sonrisa radiante, un corazón limpio y un espíritu inocente.
  • Una pequeña niña, si siente preocupación en su corazón, el agua de la lluvia la purifica; si sus problemas crecen, la luz de la luna los disipa. Con un pequeño beso, se duerme, dejando el desvelo atrás.
  • La niñez es como un árbol frondoso, puro y lleno de ramas espontáneas que dan frutos de aceptación y alegría.
  • En la niñez, la inocencia se manifiesta en sus sonrisas, donde la simplicidad reina en las relaciones, sin rencores ni envidias; incluso ante adversidades, mantienen su alegría.
  • Si hoy se les ofende, mañana olvidan; con solo una palabra, se puede borrar la ofensa, porque sus corazones son limpios y no guardan rencor.
  • Viven en el presente, disfrutando cada momento sin preocuparse por el futuro, ajenos a las preocupaciones del mañana.
  • Sus cualidades, aunque infantiles, son maravillosas; lo más especial es que nosotros, los adultos, podemos aprender de ellos la belleza del trato humano y la pureza del corazón.
  • La infancia es un renacer, flores que brotan y coronas de jazmín que adornan la vida, brindándole un toque de belleza.
  • La niñez es una experiencia entre lo dulce y lo evocador, como un ambiente fresco y lleno de fragancia.
  • Es una etapa de travesuras y locuras, donde sus miradas tímidas están llenas de ternura, deseando poseer el mundo, un tiempo donde no hay heridas ni lágrimas de huérfanos.
  • La infancia es un sueño hecho realidad, un poema de esperanza, y un susurro de dulzura.
  • Los niños te entregan sus emociones plenas: amor, respeto y conexión.

Reflexiones sobre la infancia

Primera reflexión:

Desde aquí grito: soy una niña pequeña, cuidemos mis sueños inocentes, no echen de lado a la mujer que anida en mí; no se acerquen a mí, permítanme jugar y correr tras las mariposas con inocencia, recoger flores traviesamente y correr contra el río en mi locura. Cuando me canse, me acurrucaré en la hierba verde, olvidando mi feminidad, porque soy una niña y deseo seguir siendo una niña.

Segunda reflexión:

La infancia es un mundo de terciopelo, lleno de colores, adornado con corazones tan preciosos como perlas, y almas rebosantes de pureza. La niñez te convierte en parte de la hermosa inundación de la naturaleza. Es un árbol de pureza que ofrece sombras y ramas espontáneas, llevando frutos de bondad y diversión. La niñez es el pasado, el hermoso tiempo que fue: es inocencia, claridad y pureza. Cuando éramos niños, contábamos los días y los años para crecer y madurar, y al llegar a la adultez, deseamos ser niños por siempre.

Tercera reflexión:

Al volver a pasar las páginas fragantes del libro de mi vida, las encuentro llenas de risas, días radiantes rebosantes de vigor, mezcladas con jardines de amor sincero que se extienden hasta mis ventanas, junto con el aroma del jazmín al amanecer que renueva la pureza del alma. El mundo de la infancia es un lugar que solo pueden comprender aquellos que lo han vivido. Es un refugio hermoso con sus propias leyes, donde no hay lugar para el odio o el rencor, sino que todos están unidos por un lazo inquebrantable: el amor y la inocencia.

Cuarta reflexión:

Los verdaderos sabios son los niños; ríen cuando desean y lloran cuando lo sienten. Por otro lado, los adultos suelen ser prisioneros de su orgullo. Sé como un niño y regocíjate en lo que tienes, sin importar cuán pequeño sea; no compares tu vida con la de los demás, porque eso te impedirá disfrutar de tus bendiciones. Anhelo esos tiempos en los que creía que mis problemas podían resolverse con un trozo de chocolate. ¡Qué tristeza recordar esos hermosos sueños que se perdieron y ese mundo maravilloso que solo podíamos ver con los ojos de la infancia!

El Niño en su Cama

La obra de Ibrahim Al-Mundhir, cuyo nombre completo es Ibrahim bin Mikhaíl bin Al-Mundhir bin Kamāl Abī Rājih, pertenece a los Banu Al-Ma’luf, descendientes de los Ghassanidas. Estudió derecho, trabajó en el periodismo y presidió varias asociaciones. Entre sus obras hay cinco novelas y el libro «Al-Mundhir, la vida y lo que contiene». En uno de sus poemas, él dice:

El niño yace en su cama,

mientras el fuego consume su pecho.

La fiebre lo ha alcanzado,

dejando solo un corazón ardiente.

La muerte envió un ángel,

extendiendo sus alas para llevarse al niño.

La madre se encuentra arrodillada,

sus lágrimas caen gélidas.

No se escucha nada en la casa,

solo su lamento, ya no hay alegría.

Y allí está su hermana,

quien lidia con el sufrimiento.

Ella es como la luna llena,

brillando con luz, su dulzura la acompaña.

Y al ver al pequeño en la cama,

fue ella quien sintió el vacío.

Gritó: «Hermano, mi alma, mi amor,

¿qué te ha sucedido? Habla, no te dejes llevar por la tristeza.»

En la mañana eras nuestro consuelo,

mas ahora no hay consuelo, no hay calma.

Y mirando al cielo en súplica,

vio al ángel de la muerte acechando.

«¿Qué deseas, hermano, único de nuestro padre?

Déjale vivir, la alegría vendrá nuevamente.»

Mas si requieres sacrificio,

yo seré la ofrenda por mi hermano.

El ángel de la muerte asintió,

diciendo: «Sígueme y corta los lazos.»

Y ella caminó entre las flores,

donde la belleza se entrelaza.

Vio a sus compañeras de estudio,

saltando como ciervas, llenas de alegría.

Y sintió el peso de la pérdida,

mientras invisibles lágrimas caían.

Ella exclamó: «Tengo un padre que me cuida,

una madre que se disuelve en su dolor por mí.»

«Me extendió la mano,

¿debería entregármela a la muerte?»

Sus fuerzas se debilitaron,

y suplicó, «ten compasión de mí.»

El ángel dijo: «Regresa,» y ella partió,

mientras el ángel resguardaba al ser que yacía.

Entonces el padre llegó apresurado,

dejó su trabajo, ansioso y desconcertado.

Al ver a su hijo desvanecido,

y a su madre sumida en su dolor.

Con una mano acarició su cuerpo,

y con la otra calmó su angustia.

Y allí estaba el ángel de la muerte,

una sombra aterradora que llenaba de temor.

«Este es mi único hijo,» decía, «y no espero otro apoyo en el mundo.»

«Déjale vivir, es como un eterno esplendor.»

«Si deseas un sacrificio,

yo seré la ofrenda por el niño.»

El ángel le pidió que lo siguiera a la perdición,

y el pobre padre, temblando, lo hizo.

Caminando por los mercados,

donde los hombres laboran con esfuerzo.

Uno vende, otro acepta,

el negocio prospera, tal como se siente.

Los amigos de la lealtad se reúnen,

en un club lleno de jóvenes deseosos.

El jardín resplandece en sus maravillas,

y el agua danzando alrededor.

Al ver lo que presenció, lloró,

las entrañas desgarradas por el dolor.

«Aún estoy en la juventud,

y tengo un futuro que ascender como un halcón.»

«La vida es valiosa y ciega,

¿quién busca la muerte como refugio?

El ángel le dijo: «Regresa, oh hombre,

a este mundo y organiza tu corazón.»

Desplegó sus alas sobre el niño enfermo,

y abrazó su cuerpo cansado.

El niño exhaló su último aliento,

su cuerpo se tornó frío.

La madre se arrodillaba sin esperanza,

en su tristeza, sus sollozos escalaban.

Clamó: «Oh Dios, ¿dónde estás?

«¿Acaso no hay compasión para los afligidos?»

«¿Veo a mi único hijo aquí, alegrándome,

y mañana despierto sin nadie?»

Y de repente se sintió como una leona,

al ver que el ángel de la muerte se acercaba.

«Ve, oh ángel, hacia la ocasión,

y él se fue, perplejo por el destino.»

En vano veía a la joven soñadora,

vestida de flores serenas, llevando la tristeza.

En vano veía la tierra repleta de bondad,

y a su gente llenar de felicidad.

Gritó: «Apresúrate, porque no viviré,

porque el universo se ha deteriorado.»

«Cuántas verdades han sido difamadas,

y cuántas mentiras han sido acechadas.»

«¿Cuánto mal ha surgido en la vida,

mientras yo camino sin rumbo, agotada?»

«Ay de mí, un corazón herido y agotado,

¡Termina mi vida y cuida al niño!

Y se dio a sí misma a la muerte, proponiéndole:

«Detente, recapacita, no te apresures.»

«Tú mereces la vida, mientras que este siervo ante ti se ha rendido.»

«Regresa a tu hijo, él te busca,

más allá de las pruebas de la vida.»

El amor en ti perdura,

y solo la ternura materna merece protección.

Regresó y encontró a su hijo despierto,

sonriendo con un rostro que reflejaba dulzura.

«Madre, mi alma,» respondió,

estirando sus brazos hacia ella, como si la reclamara.

Se abrazaron, un encuentro divino,

no hay mirada que compare, aun en el cielo.

Y alzando sus ojos al cielo,

con lágrimas dio gracias a su Dios.

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