La historia del Rey Ajeeb
Había una vez, en tiempos antiguos, un rey llamado Ajeeb, quien desde muy joven tenía una gran pasión por los viajes. Su vida estaba marcada por constantes aventuras, a veces en detrimento de sus deberes como monarca. Un día, Ajeeb planeó un importante viaje marítimo con su séquito. Durante cuarenta días, la travesía fue tranquila, pero repentinamente, una intensa tormenta azotó su embarcación.
La tormenta finalmente se calmó, pero la suerte no duró mucho. El capitán notó que se acercaban a una roca conocida como la Isla Magnética, que atraía a los barcos hacia ella, despojándolos de sus clavos, lo que eventualmente resultaría en el hundimiento del barco.
No había forma de escapar del peligro, y efectivamente, el barco se hundió con todos a bordo. Sin embargo, el rey Ajeeb logró aferrarse a un tablón de madera y fue arrastrado por las olas hasta la isla. Una vez allí, encontró un camino que lo llevó a la cima de la montaña. Exhausto, se quedó dormido y en sueños, vio que cavaba en la tierra y hallaba tres arcos y flechas con inscripciones en su interior.
De repente, apareció un anciano de imponente presencia, quien le dijo que debía tomar esas armas y enfrentarse al caballero del mar que residía en lo alto de la montaña para liberar al mundo de sus maldades. Si el caballero caía al mar, su magia se desvanecería.
Ajeeb devolvió los arcos a su lugar. Al subir el nivel del agua hasta la cima de la montaña, un barco con una estatua mágica aparecería para llevarlo de regreso a su país, pero debía evitar mencionar el nombre de Dios, pues de lo contrario, el hechizo se rompería. Cuando se acercó a la tierra, cansado, recordó las palabras de advertencia; sin embargo, olvidó el consejo y alabó a Dios, lo que provocó que el hechizo se rompiera y su barco se hundiera. Ajeeb comenzó a invocar a Dios por ayuda y su súplica fue escuchada, siendo arrastrado por las olas hasta una isla.
Al día siguiente, Ajeeb observó la llegada de un barco a la isla. Para no ser visto, trepó a un árbol. Cuando el barco se acercó, vio que estaba tripulado por diez hombres, un anciano y un joven. Descargaron su carga en un escondite y regresaron a la embarcación, pero el joven se quedó atrás.
Lleno de curiosidad, Ajeeb fue a investigar y descubrió que el escondite era una lujosa habitación subterránea. Bajó por una escalera y, al mirar a su alrededor, se horrorizó al ver al joven cautivo en esa habitación.
El joven calmo a Ajeeb y, mientras conversaban, Ajeeb le preguntó por qué estaba allí. El joven reveló que su padre había tenido un sueño el día de su nacimiento: en el que un rey llamado Ajeeb mataría a su hijo a los quince años tras arrojar una estatua mágica al mar. Por eso, se ocultaba.
Ajeeb no reveló su identidad y pronto se hicieron amigos cercanos. El joven le pidió que le cortara una sandía, pero, al hacerlo, el cuchillo se deslizó de la mano de Ajeeb y mató al joven al instante.
Consternado por lo sucedido, Ajeeb huyó de la habitación, temeroso de la ira del padre del joven, y comenzó a buscar una forma de escapar de aquella isla maldita. Tras varios días de búsqueda, avistó un palacio de bronce, y al llegar, encontró diez hombres de aspecto extraño.
Quiso preguntarles sobre su extraña apariencia, pero su respuesta fue: «Quien se entromete en lo ajeno, enfrenta consecuencias inesperadas». Si realmente deseas saber la verdad, puedes montar este gran pájaro que te llevará al palacio maravilloso, donde encontraras lo que buscas.
Al llegar al palacio, Ajeeb quedó maravillado por su belleza y las riquezas que contenía. Una de las sirvientas le recibió y le entregó cuarenta llaves, advirtiéndole que podía abrir todas las puertas excepto la última, la cual guardaba un gran peligro. A pesar de la advertencia, Ajeeb abrió las puertas y encontró habitaciones llenas de lujo y esplendor.
Sin embargo, al abrir la última puerta, se encontró con un caballo volador. Ajeeb montó y fue llevado a los cielos, y luego al palacio de bronce. Durante el vuelo, el caballo lo golpeó en la cabeza, enseñándole a Ajeeb que no debía inmiscuirse en asuntos ajenos. Luego, el rey encontró manera de regresar a su reino con un barco que pasaba por la isla mágica.
La historia de Sindbad el Marino
Érase una vez, en un lugar llamado Bagdad, un joven llamado Sindbad, hijo de un comerciante adinerado que había perdido toda su fortuna. Sindbad amaba el mar y decidió emprender un viaje marítimo. Después de muchas peripecias, finalmente encontró una isla donde descansar. Sin embargo, mientras se preparaban para comer, la isla comenzó a moverse.
Pronto se dieron cuenta de que estaban sobre un enorme pez, en el cual la isla había crecido tras largos años de sueño. Mientras Sindbad intentaba regresar a su barco, cayó al agua, pero sus compañeros lograron llegar a la embarcación. Sindbad continuó nadando hasta alcanzar la orilla.
Cuando llegó, se dio cuenta de que estaba en un reino desconocido, donde soldados del rey lo recibieron y lo llevaron al palacio para que contara su extraña historia. La historia fascinó al rey, quien le ofreció un trabajo como registrador de mercancías. Sin embargo, Sindbad pronto se aburrió de su trabajo, que carecía de la emoción de navegar.
Un día, mientras registraba los bienes de un comerciante que venía de Bagdad, Sindbad le pidió que lo llevara de regreso a su hogar. Al volver, deseaba comerciar de nuevo y así lo hizo. Mientras navegaba, avistó otra isla y ancló ahí. Pero, al regresar de una exploración de la isla, se dio cuenta de que su barco había zarpado sin él. Desesperado, descubrió un enorme huevo, y mientras lo inspeccionaba, apareció un enorme pájaro.
Sindbad se ató al pájaro para regresar a Bagdad. El pájaro descendió, pero Sindbad se sintió desafortunado al caer en un agujero, donde se encontró rodeado de serpientes. Sin embargo, las serpientes temieron al pájaro, lo que le permitió escapar. Al observar a su alrededor, se dio cuenta de que el lugar estaba lleno de piedras preciosas.
Más tarde, vio que alguien había arrojado carne en el agujero, lo que le dio una idea. Se ató al pájaro nuevamente, ya que este llevaría la comida a sus crías y lo rescataría. Cuando su plan funcionó, encontró en el nido al comerciante que había arrojado el alimento, quien vendía piedras preciosas. Sindbad le agradeció por salvar su vida y le regaló algunas de las gemas.
La historia de Aladino y la lámpara mágica
Érase una vez, en lejana Bagdad, un joven llamado Aladino, hijo de un modesto sastre. Aladino pasaba su tiempo jugando con un mono en el mercado. Al llegar a los dieciséis años, perdió a su padre y comenzó a trabajar para mantener a su familia. Un día, un hombre se le acercó y le habló sobre una cueva que contenía una lámpara mágica.
Aladino descendió a la cueva, que era como un jardín con una gran variedad de frutas deliciosas. Se le advirtió que no debía tocar nada. Tras conseguir la lámpara mágica, el hombre intentó arrebatársela, pero Aladino se negó, temiendo que lo dejara atrapado después de tomar lo que quería. El hombre se encolerizó y selló la entrada de la cueva con una gran piedra.
Aladino deseó salir y frotó la lámpara, de la cual emergió un extraordinario genio azul que concedía deseos.
De repente, Aladino se encontró en su hogar y, tras sacar al genio de la lámpara, le pidió un banquete para él y su madre. Un día, un cortejo de la princesa pasó, y Aladino deseó verla. Se enamoró y anheló casarse con ella. Se dirigió al palacio con su madre, pero el rey le impuso la condición de que le trajera muchas bandejas de joyas. Aladino solicitó esto al genio y pronto lo obtuvo.
El rey quedó impresionado con el regalo, pero exigió una segunda condición: Aladino debía tener un palacio propio. Aladino frotó la lámpara y pidió que le construyeran un palacio, que resultó ser frente al de los reyes.
Montando un espléndido caballo y vestido con elegantes ropas, Aladino se presentó ante el rey, quien finalmente aceptó su matrimonio con la princesa y ordenó preparar la celebración.
La noticia se esparció por la ciudad y Aladino ganó notoriedad, lo que llamó la atención del hombre que lo había engañado para que entrara en la cueva. Sabía ahora dónde vivía Aladino. Este villano disfrazado como vendedor de lámparas, cambió la lámpara mágica de Aladino por una nueva. La princesa le dio la lámpara al hombre malvado, sin saber las consecuencias.
Una vez en posesión de la lámpara, el villano ordenó al genio que alejara a Aladino del palacio y lo metiera en el desierto. El rey, al no encontrar a Aladino, lo amenazó con devolverle su antigua vida. Sin embargo, Aladino decidió frotar el anillo mágico que le había dado el genio, lo que le permitió desear reunirse con la princesa, quien había sido capturada por el malvado.
Aladino le pidió a la princesa que añadiera un somnífero a la comida del villano para que pudiera escapar con ella y recuperar la lámpara mágica. Una vez que lo logró, Aladino deseó que todas las cosas volvieran a la normalidad y colocó al malvado en un lugar del desierto del que no podría escapar. Así, Aladino vivió en paz.